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martes, 30 de noviembre de 2010

Breve y singular historia de los mitos del cine



Hacia los años setenta, algunos directores de cine se pronunciaron con respecto a un tema: los actores estaban dejando de cultivar sus experiencias vitales para esmerarse en su imagen. Esto me hace pensar en la gran brecha que se establece si prestamos atención a los intérpretes del Hollywood de los años 30’ y 40’, y a los actuales. Ciertamente estrellas como Greta Garbo o Marlene Dietrich resultaban siempre impecables y majestuosas, pero entre ellas y su público existía algo insalvable: la distancia del misterio. Sí, esa palabra que hoy ha perdido todo su sentido, porque queremos saber demasiado y los actores –indistintamente modelos- de hoy, ofrecen sus miserias a modo de carnaza al mejor postor. Precisamente la Garbo se distinguía por mostrarse como una mujer en exceso reservada, distante, fría, pero…¿era parte del juego de quien vive en lo más alto del Olimpo o realmente nos estaba enseñando su verdadera personalidad? Quizás ambas cosas, sobre todo si tenemos en cuenta que la primera vez que la escuchamos reír a carcajadas fue en “Ninotchka”, película que para más inri, se publicitó con el recordado eslogan de “La Garbo ríe”, todo un inusitado espectáculo hasta entonces. Tampoco deduzco que fuese una pose impostada su especial voz ronca, seca y quebradiza curtida a base de alcohol y tabaco –justamente esta singularidad le costaría la vida a Bogart-.



Definitivamente Greta Garbo no jugaba, sobre todo cuando decidió retirarse a los treinta y cinco años aprovechando el fracaso comercial de su último film. Nunca volvería a aparecer voluntariamente en una foto.
Así yo intuyo que estos guapos misteriosos y con una vida llena de experiencias aún más interesantes que ellos mismos a sus espaldas, constituían el cóctel perfecto para convertirse en estrellas por excelencia.



Igualmente de Marilyn Monroe parecía todo dicho: que era una rubia oxigenada y tonta, aunque mona y con chispa…”Pero tenía un coeficiente intelectual superior al de Einstein!” podría comentar algún defensor, aunque seguramente sin mucho éxito, ya que lo que primaba en la leyenda era su carácter depresivo, su sensación constante de soledad y su necesidad de afecto. Sin embargo, no hace mucho, Seix Barral en España, ha publicado el libro de Stanley Buchthal “Fragmentos”, que nos describe a la Marilyn que iba a clases nocturnas en la Universidad, a la Monroe con gustos literarios refinados, a la mujer con ansias intelectuales que escribía poemas.

Pero, y ellos? Avanzando en el tiempo llegamos a los 60’, donde Alain Delon se convirtió en el actor fetiche del cine europeo. También portaba su mochila de experiencias -en su infancia pasó hambre, empezó a trabajar en un mercado a los catorce años y combatió en la guerra de Indochina-. Tal vez por su imponente físico fue un experto en lo mismo que todos los anteriores, algo de lo que muchos intérpretes carecen hoy: saber mirar y transmitir y modular adecuadamente la voz (en su caso esto se mostraría con mayor obviedad en “El eclipse” de Michelangelo Antonioni, y en “Rocco y sus hermanos”).



Y claro, dentro de este repaso no me podría olvidar de los guapos descalabrados, o los feos-guapos, o más conocidos como feos atractivos.
Ahí destaca para mi gusto el inglés David Hemmings, el inolvidable fotógrafo de “Blow up”, también de Antonioni y posteriormente protagonista de "Camelot".
A punto estuvo de hacer el papel de Alex en “La naranja mecánica”.



Y ya llegamos a la actualidad, donde tampoco hay que irse a lo más sórdido y sensacionalista –léase Lindsay Lohan o Cher- para encontrar a actores/actrices recauchutados – Mickey Rourke…- y polivalentes. La prestigiosa Juliette Binoche, esa actriz que mira como si fuese guapa y que nos hace creer muy inteligentemente que lo es, lo mismo te hace una película que te anuncia un perfume o te cuenta sus intimidades en Paris Match. Entonces, ¿en qué quedamos, es actriz –lo quiero dar por supuesto- o modelo o personaje rosa?

Indudablemente, cada época tiene lo suyo, pero tal vez resultaría necesario recuperar la seriedad de antaño, el misterio y las vivencias personales para no tratar al cine como una industria, sino como un arte…

jueves, 18 de noviembre de 2010

Se escuchan pasos en el piso de arriba



En 1974, Luchino Visconti filmó su penúltima película, considerada claramente testamentaria por la mayor parte de su público. Por aquel entonces ya estaba bastante enfermo –moriría en 1976- y probablemente por este motivo se rodó sólo y exclusivamente en interiores, lo que facilitó su movimiento ante una salud visiblemente mermada.

“Gruppo di famiglia in un interno” –en España, “Confidencias”- cuenta la historia de un profesor universitario norteamericano y jubilado que parece disfrutar de su soledad escogida en un palacio romano. Ésta sólo se verá interrumpida cuando la Marquesa de Brumonti y su peculiar familia se empeñen hasta límites extremos en alquilar el piso superior del inmueble, a pesar de la inicial reticencia del personaje de Burt Lancaster –de nuevo veremos los recurrentes temas viscontianos: la aristocracia que se traiciona a sí misma o que rompe con sus normas rancias aunque manteniendo, eso sí, las apariencias de cara al exterior-.

Silvana Mangano interpreta a la insolente marquesa que comanda este grupo junto a su singular gigoló, Konrad –Helmut Berger nunca volvería a estar así de guapo ni bordaría una actuación de igual modo-, y junto a su hija Lietta y el novio de ésta, Stefano. Sin embargo, el profesor/Lancaster es el único personaje innominado de todo el film, aún ejerciendo de introductor a la trama, de hilo conductor entre los diferentes roles y de sabio observador. No resulta descabellado entender que el profesor es el propio Visconti: el hombre desencantado con las nuevas generaciones, el intelectual refinado y amante del arte, el individuo vencido que en parte sólo espera la muerte…pero también el romántico torpe que sin confesarlo, parece enamorarse de Konrad. Y ésa es otra: Helmut Berger hace el papel de Konrad, pero Konrad es a su vez Berger, el joven con ambiciones venidas a menos que no consigue acabar sus estudios de arte por verse inmerso en las revueltas del 68’, el ser arruinado por sus impulsos –el juego, el dinero fácil, los trajes caros y demás vicios menos confesables-; representa a su vez al hombre que deja entrever su atracción por el profesor –el hipotético amante, padre y mentor intelectual-.(No sé si hace falta aclarar que Visconti y Berger fueron pareja durante los doce últimos años de vida del primero). Quizás se entienda como una coincidencia o una forma de no mostrar este paralelismo tan obvio, el hecho de que el director milanés se hubiese referido al libro “Mario Praz: scene di conversazione” donde se habla del “infierno del romanticismo (…) del decadentismo”.



(Spoiler).
Pero la presencia de este grupo no le saldría nada barata al profesor: pronto llegarían los problemas con unas inesperadas reformas que de poco acaban con el palacio, música muy alta a horas intempestivas, la presencia de unos matones y posteriormente de la policía, y una monumental pelea entre la marquesa y su gigoló con consecuencias terribles cuando ésta rechace su propuesta de matrimonio. Sucederá entonces en una cena, que Lancaster revelará su verdad, haciendo entender a sus inquilinos que de todos los posibles imaginables, ellos habían sido sin duda alguna los peores, pero también los únicos capaces de despertarle de su letargo, porque como comentaba, habitualmente leía a un escritor que representó su muerte en una novela como esa figura invisible que mediante un ruido sordo caminaba en su busca por el piso de arriba.




Trágicamente la película finaliza con la muerte de Konrad -¿suicidio o asesinato?- y con el profesor destrozado por el drama y convaleciente en su cama…mientras el espectador puede percibir el sonido de unos pasos provenientes del piso de arriba que ya había sido abandonado por tan especial familia…
Desgraciadamente la tragedia de Helmut Berger no terminó en 1976. Hace poco apareció en los medios que el gobierno italiano le había concedido una pensión de 200 euros que le empuja a vivir en la miseria, a quien en su momento todo lo tuvo y todo lo perdió, tal vez por ser un Konrad de carne y hueso.