.

.

sábado, 29 de octubre de 2011

Un mundo raro



En 2008 Sylvie Verheyde dirigió “Stella”, aunque en España se ha estrenado en este 2011. Aparte de la gran historia que cuenta, pequeña en apariencia pero enorme en su significado final, me llaman la atención en ella las interpretaciones de Benjamin Biolay y Guillaume Depardieu. Desconozco si el primero ha realizado más incursiones en el cine, porque su entorno habitual es la música. Siguiendo la estela de Serge Gainsbourg, ha compuesto para otros importantes nombres de la canción francesa como Françoise Hardy o Juliette Gréco. Además muestra una carrera imparable como cantautor de voz susurrante y rota, y un físico de belleza extraña e imperfecta que, a pesar de todo, lo hacen atractivo.
En cuanto a Guillaume Depardieu sólo puedo decir que verlo en esta película filmada en el mismo año de su prematuro fallecimiento, me ha hecho pensar mucho en él. Su personaje parece un curioso reflejo de lo que fue, un hombre cautivador curtido por una existencia mal vivida y probablemente por cierta mala suerte.
“Stella” cuenta la historia de una niña de once años que acaba de entrar en un colegio de ricos en el París de los años 70’. Sin embargo su entorno está poblado por personas poco recomendables y algo cascadas, esto es, por los habituales del bar-pensión que regentan sus padres: todos beben y bailan hasta la madrugada diariamente y no albergan grandes aspiraciones.



En el liceo Stella no saca buenas notas, no se relaciona con nadie y no le interesa nada ajeno al fascinante mundo familiar en el que cree vivir. Pero en su nuevo curso conocerá a Gladys, una niña exiliada argentina e hija de un psiquiatra. Va a clases de piano y danza y lee a Balzac y a Cocteau entre otros. Por fortuna, pronto Stella entenderá que quiere ser como Gladys, con la que trabará amistad: quiere leer, quiere integrarse y seguir un nuevo modelo a imitar.
En este film destaca también la fotografía de Nicolas Gaurin, delicada, detallista y personalísima. La película en cuestión no sólo nos habla de la vida aparentemente mínima de una cría de once años, narra también las dificultades del paso a la adolescencia y de la complejidad de buscar la configuración de una identidad propia en un entorno adverso con el que resulta difícil cortar el cordón umbilical, aunque eso sí, sin falsos moralismos y sin afán lacrimógeno.
Como sucede a veces, no hay explicación lógica para un estreno tan tardío en nuestro país de esta interesante cinta.