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jueves, 12 de julio de 2012

Una cara con ángel V: Jean-Pierre Léaud

Jean-Pierre Léaud (París, 1944) es un actor francés que nació en el seno de una familia de intérpretes y que gracias a su papel protagonista en “Los cuatrocientos golpes” alcanzó el reconocimiento mundial. A los ojos de la mayoría de los espectadores permanecerá eternamente como el trasunto cinematográfico del inefable François Truffaut. Y precisamente con Truffaut, hijo adoptivo del crítico André Bazin (autor de “¿Qué es el cine?”) y con el grupo que constituía la publicación Cahiers du Cinema, tuvo lugar el advenimiento de la Nouvelle Vague francesa, que a finales de los años cincuenta presentó una nueva forma de narración fílmica con un fluido y novedoso montaje, con el uso frecuente de la cámara al hombro y con la implantación de temáticas más frescas, acaso singularmente influenciadas por las cintas americanas. Leáud no sólo personificó con Truffaut a Antoine Doinel, también lo vemos, por ejemplo, en “Las dos inglesas y el amor” (1971).



Y es que el rol de Doinel dio para mucho, para films como “Antoine y Colettte”(1962), “Besos robados”(1968), “Domicilio conyugal”(1970) y “El amor en fuga”(1979). Personalmente creo que de algún modo Truffaut debía a su público una continuación de la vida de aquel adolescente rebelde que convive con una madre que no lo quiere demasiado y con su padrastro; un joven de doce años que se escapa de clase para ir al cine, su gran pasión junto con la lectura, hasta terminar recalando en una especie de reformatorio... Y de allí también huye, porque los planes de Antoine a corto plazo –aparte de “hacer su vida”- residen en ver el mar y en hallar la libertad.
En los últimos minutos de “Los 400 golpes” apreciamos la fuga del protagonista, que en una larga secuencia corre hasta llegar al mar donde moja sus pies asombrado y se vuelve hacia la cámara mirando fijamente al objetivo (he aquí una ruptura con las normas del cine tradicional). Entonces Antoine Doinel, con sus ojos, parece interpelar al espectador: ya ha conseguido lo que quería, pero…¿y ahora qué?



En su vida adulta se nos presenta a veces como un hombre confundido en constante búsqueda de sí mismo, a la par que como un filósofo de lo cotidiano sin dramatismos y con un peculiar sentido del humor. Para el público en general este personaje siempre resultará universal, un espejo en el que muchos podrán mirarse a pesar de que pasen los años.

(Enlace a una entrevista realizada por Días de Cine a Jean-Pierre Léaud en 2011: http://www.rtve.es/alacarta/videos/dias-de-cine/dias-cine-entrevista-jean-pierre-leaud/1074937/ ).


domingo, 1 de julio de 2012

Ni Penélope ni Ulises


En 1957 Luchino Visconti estrenó “Noches Blancas”, película basada en una novela de Fedor Dostoievski. Durante un tiempo había permanecido este director sin realizar ninguna incursión cinematográfica, en parte por la crisis económica que sufría el cine italiano y en parte también porque Visconti era poco dado a emprender films de encargo, puesto que también se dedicaba a la dirección teatral y operística. En su época y debido a que entonces la filmografía de este milanés parecía poco definida, se consideró a la presente obra como menor.

La trama cuenta la historia de un oficinista, Mario (Marcello Mastroianni) que recala en una ciudad innominada y desconocida para él por motivos de trabajo. Allí conocerá a Natalia (María Schell), una joven ingenua y soñadora con la que pasará cuatro noches plenas de acontecimientos. Poco a poco, ella, que vive junto a su abuela en la pensión que poseen, le explicará que acude todos los días desde hace un año a ese lugar a la espera de un antiguo inquilino (Jean Marais) con el que tuvo una breve relación, un inquilino al que apenas conoce, con el que casi no hubo nada carnalmente hablando, del que no sabe su paradero, un inquilino que le pidió que lo esperase con la promesa de que volvería a por ella…. Y esas escenas de confidencias se unen mediante magistrales panorámicas perfectamente hilvanadas con los flashblacks que aluden a su narración.

Desde el punto de vista técnico, uno de los elementos más loables de este filme se halla en su fotografía enormemente intimista. Ésta cobra su mayor esplendor en las escenas más álgidas de la historia, a las que Visconti se encargaría de dotar de un ambiente de ensueño a través de una nebulosa que generó colgando enormes e imperceptibles lienzos de tul blanco sobre los edificios desvencijados de las calles, las mismas que reprodujo en los estudios Cinecittá de Roma pretendiendo recrear la pequeña localidad de Livorno.



(Spoiler)Y ese clima de ensueño no se antoja casual, porque el propio personaje de Mastroianni que se va enamorando de Natalia, se despierta a veces sin poder distinguir si lo que ha vivido la noche anterior es una locura, sueño o realidad que se le escapa. En cualquier caso él pretende convencerla a ella de la estupidez que entraña su espera, de lo absurdo de su actitud. Y sí, Mario, aunque por pocas horas consigue que Natalia se olvide del inquilino y acepte su amor, y Natalia le pide paciencia para aprender a amarlo…Sólo hasta que casi al amanecer y paseando ambos entre la nieve ella ve a lo lejos una figura que se recorta mientras corre y grita “!Es él, es él!”. Así Mario derrotado se aleja asumiendo lo cierto del relato de su amiga (fin de spoiler).


Aquel año “Noches blancas” tuvo que conformarse con el León de Plata del Festival de Venecia. En cualquier caso, y pasadas décadas desde ese 1957, no queda sino reconocer que el arte de Luchino Visconti fue especialmente insólito, puesto que no tuvo más maestros que su misma vida ni más discípulos que sus propios espectadores.