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lunes, 21 de marzo de 2011

A un dios marxista




Pier Paolo Pasolini (Bolonia, 1922- Ostia, 1975) fue un notable poeta, ensayista y cineasta italiano, víctima probable de su audaz y lúcida crítica a la Italia que le tocó vivir. Viendo su obra con la distancia que dan los años pasados desde su muerte, no resulta difícil percibir que Pasolini se erigió como el artista total, racional y cultivado –de profesión intelectual en su carné de identidad- que quiso servirse de las diversas formas de arte para plasmar su ideología marxista, su crítica hacia la Iglesia y su casi profética anticipación de lo que denominó “mutación antropológica”, es decir, la involución cultural de las clases menos favorecidas y de la juventud, causado todo ello por el neocapitalismo y los medios de comunicación de masas. Sin embargo no deja de mostrarse curioso el hecho de que el Vaticano escogiese su película “El evangelio según san Mateo”(1964), como el mejor retrato cinematográfico de la figura de Jesucristo. Y si acaso este film tenía un marcado acento realista y a veces primitivo o áspero, con “Teorema”(1968) nos topamos con un poema visual –con dos partes claramente diferenciadas- que nos plantea el interrogante de cómo procedería una deidad del s.XX. Este personaje central, este nuevo mesías –Terence Stamp- aparece como de la nada en una familia burguesa , con un padre industrial, la esposa de éste –Silvana Mangano- y su hijo e hija. Simplemente se anuncia mediante un telegrama: “Mañana llego”. Y sí, este dios que lee ¿casualmente? a Rimbaud – que también le dio su repaso a la burguesía y a la religión- ofrece "sus servicios" a cada uno de los miembros de la familia, incluída la empleada, mediante unas relaciones sexuales catárticas.Se convierte en uno más y nadie se pregunta de dónde ha salido. Pero no tardará el momento en el que el atractivo y misterioso joven tenga que irse, dejándolo todo manga por hombro y a cada miembro de la familia afectado a su modo, quizás porque la religión no ayuda a todo el mundo.
Y posiblemente la asociación religión-poder (la familia burguesa) sigue funcionando, aunque el recurso del sexo como liberación esté ya muy manido a día de hoy, que no a día de ayer –así no cabe duda que Pasolini fue un referente molesto para muchos y “peligrosamente” respetado por otros tantos-.



De nuevo en la soledad de su jaula de oro, cada componente del grupo toma su rumbo: la hija entra en una especie de éxtasis hasta dar con sus huesos en un manicomio; el hijo trata de encontrar su libertad en el arte; la madre busca sexo por toda la ciudad en su Fiat cochambroso; la empleada se transforma en una especie de santa sanadora que retorna a los orígenes de su humilde pueblo y el padre termina por regalar su fábrica a los empleados, despojándose además de toda su ropa y mostrando su nueva posición de desapego por lo material.
Poco importa contar el final de la película, porque lo interesante reside en cómo se explica. Difícilmente cabría esperar que esos jóvenes de los que Pasolini hablaba tuviesen la paciencia suficiente para apreciar esto. Indudablemente Pier Paolo Pasolini no tuvo precio como profeta.


Documental sobre Pier Paolo Pasolini

“A UN PAPA”(1958),extraído de su poemario “La religión de mi tiempo”.

Pocos días antes de que tú murieras, la muerte
había puesto sus ojos en un coetáneo tuyo:
a los veinte años, tú eras estudiante, él albañil,
tú noble y rico, él un joven plebeyo:
pero los mismos días, sobre ustedes,
han dorado a la vieja Roma
que se estaba volviendo tan nueva.
Vi sus despojos, pobre Zucchetto.
Borracho, vagaba de noche en torno a los Mercados,
y un tranvía que venía de San Paolo,
lo arrolló y lo arrastró un rato por los rieles, entre plátanos:
durante unas horas permaneció allí, bajo las ruedas:
alguna gente se reunió alrededor para mirarlo, en silencio:
era tarde, y eran pocos los transeúntes.
Uno de esos hombres que existen porque existes tú,
un viejo policía fanfarrón como un rufián,
al que se acercaba demasiado gritaba: “¡Fuera, cojones!”.
Después vino el automóvil de un hospital a cargarlo:
la gente se fue, y quedó sólo algún guiñapo aquí o allá,
y la dueña de un bar nocturno, más adelante,
que lo conocía, dijo a un recién llegado
que Zucchetto había terminado bajo el tranvía y había muerto.
Pocos días después te morías tú: Zucchetto era uno
de tu inmensa grey romana y humana,
un pobre borracho, sin familia y sin lecho,
que vagaba por la noche, viviendo quién sabe cómo.
Tú nada sabías de él: como nada sabías de otros mil y mil cristos como él(…).