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domingo, 22 de mayo de 2011

¿Cuestión de suerte?




“La chica del puente”(1999) es una película de Patrice Leconte que de alguna manera continúa la línea de cine poético dentro de su filmografía, como ya hiciese con “El perfume de Yvonne” o “El marido de la peluquera”. Este film aborda sin duda alguna el azar o las casualidades, inserto todo ello en un marco onírico que se sirve de un tipo de fotografía en un depurado blanco y negro, y del uso de tomas atropelladas de una misma situación desde diferentes perspectivas, quizás para ensalzar el tono delirante de la cinta. Todo comienza cuando Adèle (Vanessa Paradis), una joven inestable y soñadora, decide suicidarse tirándose desde un puente. Ella se cree desafortunada porque nunca nada le ha salido bien, porque espera que suceda un cambio en su destino como por obra y gracia, metafóricamente hablando, de un simple conjuro mágico. Justo entonces aparecerá Gabor (Daniel Auteuil), un lanzador de cuchillos que busca a sus dianas en puentes y tejados, que va a la caza de mujeres que nada tienen que perder y que siempre le han acompañado en sus tretas y argucias de buscavidas alocado. Gabor, un hombre seguro, maduro, irónico, pero también solitario, intentará convencer a Adèle con curiosos trucos, de su desconocida e inexplorada fortuna. De nuevo Auteuil, uno de los más laureados y prolíficos actores franceses de la actualidad, representa al hombre interesante, el del atractivo casual, el resultón de yo-sólo-pasaba-por-aquí.



La tensión sexual entre los dos protagonistas se masca durante todo el metraje, especialmente con la recreación de orgasmos alegóricos cuando Gabor lleva a cabo sus lanzamientos de cuchillos. Pero el personaje de Daniel Auteuil sabe del carácter enamoradizo de Adèle, que constantemente cree haber hallado en cada hombre que le presta atención al “amor de su vida”. A pesar de todo, su vida nómada de artistas errantes dará para encuentros y desencuentros varios en esta atípica película que mezcla con bastante agilidad un ejemplo de drama singular y de cierto toque cómico. A tener muy en cuenta su memorable banda sonora, coronada principalmente por la canción de Marianne Faithfull “Who will take my dreams away”.

domingo, 8 de mayo de 2011

Maternal y sexual



En 1973, después del desencanto del Mayo del 68’ y de la resaca y sacudida creativa que supuso la Nouvelle Vague francesa, Jean Eustache filmó “La mamá y la puta”, película arriesgada donde las haya por su extrema duración -215 minutos- y por el constante debate a lo largo del metraje sobre temas como el amor y las relaciones hombre /mujer, centralizados en la figura de su protagonista, Alexandre -el Jean Pierre Léaud posterior a Antoine Doinel-.
El filme en sí supone una de las grandes perlas de la cinematografía gala y su director, afín al grupo de Cahiers du Cinema, tuvo una vida intensa y corta como su filmografía (se suicidó a los 43 años). El propio cineasta llegó a decir que sus películas eran tan autobiográficas como la ficción le permitía, así que resulta inevitable vincular al personaje principal de “La maman et la putain” con el mismo Eustache. La cinta está rodada en un blanco y negro tan desleído como atractivo, y cuenta la vida del citado Alexandre, un joven sin oficio reconocido ni actividad destacable que vive con su novia Marie, propietaria de una tienda de ropa. Su función principal consiste en buscarse a sí mismo mediante y/o a costa de las mujeres y en montarse una filosofía admirable con la que dice y pontifica todo y nada a la vez, a través de algunos de los diálogos más bellos a veces, e hirientes y certeros otras, que ha dado el cine.
Al comienzo de la historia, el rol de Léaud acudirá en busca de una amiga con la que desea casarse desesperadamente y que de forma inevitable le dará calabazas. Justo en su deambular posterior y sin rumbo, conocerá a una enfermera polaca, Veronike, quien vendría a representar a la “puta” a ojos de Alexandre por su promiscuidad declarada. A su vez, su pareja Marie, consentidora de sus demás escarceos, le espera en casa para prepararle la comida y proporcionarle la seguridad económica que necesita, especialmente para alternar en bares, el único sitio prácticamente en donde se siente capaz de leer.



Estos tres pilares que vertebran el filme –Marie, Alexandre y Veronike- terminarán por conformar un menage á trois doliente en lo que respecta a la primera, y despreocupado en cuanto a los dos últimos, sufrientes sólo a causa de su escepticismo y nihilismo. Escéptico es el personaje de Jean-Pierre Léaud, porque con ironía o devoción considera que el cine está para enseñar a vivir, o que los sastres a medida atribuyen naturalmente a la persona la elegancia consustancial del traje…y así podríamos seguir desgranando su incontrolable verborrea hasta el infinito. Sin embargo, sólo cuando Álex comprenda que la cuerda se tensa demasiado, dejará aflorar la pasión necesaria para llevar a cabo una elección, de esas que regalan algunos de los grandes finales de la Historia del Cine.