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viernes, 29 de julio de 2011

El arte de la manipulación



Hubo unos años en los que se realizaron una serie de películas de suspense prácticamente clónicas y con un igual denominador: el asesino era el mayordomo, como si de un chiste se tratase. Sin embargo en 1963, el director norteamericano Joseph Losey, que había emigrado a Inglaterra a causa del macartismo, filmó “El sirviente”, una obra radicalmente distinta de las anteriores, mucho más trabajada y elegante.

En “The servant” el criado (Dirk Bogarde) se muestra más sibilino en sus intenciones: nada de crímenes a sangre fría. Éste llegará a convertirse en un artista de la manipulación, capaz de revertir los roles señor-sirviente. James Fox interpreta a Tony, un aristócrata ocioso que busca servicio para su nueva casa en Londres. Tony está prometido y tiene grandes negocios en mente, tales como construir nuevas ciudades en Brasil. Inicialmente el mayordomo Hugo Barrett comienza su trabajo con eficiencia y dedicación, por eso sus ansias de dominación resultan en un principio casi imperceptibles. Sin embargo Barrett irá escalando peligrosamente peldaños hasta imponer de modo maquiavélico una extraña relación con Tony en la que éste hace patente una total pérdida de la voluntad, quedando a merced de la maldad pérfida de su criado.



Lo más interesante a mi juicio reside en la cuidada manifestación formal de todos los detalles que construyen la historia. Personalmente parto de la base de que esta película se enmarca en el cine manierista, plasmado ejemplarmente por Alfred Hitchcock. Así pues, al inicio del film, cuando aún la relación de los protagonistas no se había subvertido, observamos una imagen especular deformada y muy elocuente (ver foto) que ya nos anticipa de algún modo ese vínculo enfermizo. Igualmente, cuando el trato criado-señor está normalizado vemos planos medios, pero en el proceso de manipulación de Barrett hacia Tony los planos se acortan (primeros planos), mostrando la diversión despiadada en el rostro de uno y el terror e inseguridad en el del otro.



En cualquier caso, pienso que esta película no hubiese alcanzado su cénit ni verdadera notoriedad de no ser por la presencia impagable de Dirk Bogarde. Este actor inglés siempre se caracterizó por su refinamiento y la belleza física de su juventud, así como por su valentía y talante intelectual, el mismo que deslumbró a un Visconti a veces soberbio, que lo trató siempre como a un igual en los rodajes de algunas de sus más destacadas actuaciones (“La caída de los dioses” o “Muerte en Venecia”).