Si bien en la mayor parte de las biografías se pretende recoger los momentos más interesantes o destacados del personaje de turno, en “El profesor” (“Detachment”, 2011) su director, Tony Kaye, parece haber elegido centrarse e incluso regodearse en lo más dramático de su protagonista, o casi. La historia de Henry Barthes es la de un hombre que conjuga su trabajo de docente suplente que da tumbos de un instituto a otro, con los traumáticos recuerdos de su pasado a modo de flashbacks y con sus concepciones sobre la vida... concepciones éstas y teorías llenas de un dolor punzante que narra a veces él solo mirando a cámara o a alguien que se sitúa fuera de campo.
La trama transcurre en una escuela marginal de Estados Unidos con alumnos, profesores y padres devastados anímicamente. Al inicio del curso un chico se encara con Henry, el rol de Adrien Brody, estrellando su cartera contra la pared. Su respuesta ante ese hecho lo definirá: “Ese bolso no tiene sentimientos. Está vacío. Yo tampoco tengo sentimientos que tú puedas dañar”. Barthes cree no poseer la receta para cambiar nada sobre el sistema educativo, pero en este nuevo centro verá una pequeña luz al ganarse la credibilidad y el respeto de su clase, con sus aciertos y desaciertos.
Además, mediante sus paseos nocturnos por la ciudad y con el rostro derrotado y angustiado de Brody, no resulta difícil hallar una formulación de la soledad tortuosa parecida en parte a la de otra gran película de este año, “Shame”, interpretada de un modo igualmente soberbio por Michael Fassbender.
Poco a poco, ese Henry del inicio, distante e indolente, dará paso a un nuevo hombre en cuyo futuro se vislumbra un hilo de esperanza y entrega, como los cuidados que procurará a una joven prostituta.
A pesar de su innegable calidad, pienso que “Detachment” es un film sólo apto para un día en el que se tenga la suficiente entereza como para resistir su dramatismo y para comprender su sutil mensaje positivo.