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lunes, 30 de agosto de 2010

Poco ruido y muchas nueces



“El erizo” es una singular película narrada desde la perspectiva de una imaginativa y observadora niña de once años que lo filma todo con la antigua cámara de su padre, incluída a sí misma soltando unas parrafadas que avergonzarían y harían sentirse inferior al mismísimo Descartes. La pequeña Paloma ha decidido suicidarse el día de su próximo cumpleaños. A pesar de todo esta historia no resulta sórdida, porque está envuelta en un halo de antiguo cuento con moraleja incluída, lleno de esperanzas y algunos golpes de realidad. La protagonista vive en un inmueble de pisos de lujo de París y convive con su hermana, su atareado padre y su madre, que desde que diez años atrás decidió psicoanalizarse, está más histérica que nunca a ojos de su hija.

La otra piedra angular del film, la constituye Renée Michell, la portera que para sus vecinos es simplemente la Sra. Michell, una especie de criada para todo que debe estar disponible a todas horas y cuyos vecinos ven como un mueble viejo que ya ni siente ni padece. Pero en este cuento sin hadas, Renée Michell pasará en poco tiempo a convertirse para Paloma y un nuevo inquilino japonés, en Renée, sin más. Ella se parece a un erizo porque mantiene una apariencia arisca por fuera y guarda un interior refinado, el de una mujer que a escondidas lee y ve los grandes clásicos de la literatura y el cine. Sólo el día que le presenten al nuevo vecino, Kakuro Ozu, descubrirá sin darse cuenta su verdadero yo, al murmurar como una autómata una frase de “Ana Karenina” (“Todas la familias felices son iguales, pero las infelices lo son cada una a su manera”).
Será entonces cuando se revele como una mujer interesante y deseable a ojos de Kakuro… Pero muchas veces la vida no es tan perfecta como para regalarnos finales de una deseable felicidad cursi…

No cabe duda de que con "El erizo" nos vamos a entretener y a reflexionar, pero a la vez se trata de una obra sencilla que no alberga la pretensión de arrasar en nigún festival o academia de cine. Con demasiado azúcar, pero cuenta verdades como puños.

viernes, 27 de agosto de 2010

El amor del aburrimiento




Conozco a una persona que en una ocasión me dijo que entre cada
relación o enamoramiento más o menos sólido, siempre se fijaba en alguien de una forma bastante banal por aquello de tener en quien pensar en momentos de estrés o desánimo. Probablemente éste sea el marco ideal para contextualizar la historia del protagonista de la tercera película de François Truffaut, “La piel suave”.
Pierre Lachenay es un escritor y conferenciante exitoso, casado y con una hija, que se sentirá atraído en uno de sus viajes por Europa por una azafata, Nicole – Françoise Dòrleac, la hermana de Catherine Deneuve fallecida prematuramente a los veinticinco años-. La historia entre ambos no resulta en ningún momento una pasión hirviente. Esto no es “Casablanca”. Tampoco “In the mood for love”…ni se pretende. Intuyo que Truffaut quiso mostrar que un relato aparentemente soso podía cobrar grandes dosis de profundidad e inducción a la reflexión en las manos adecuadas.
Pienso que lo innegable de este gran cineasta francés, es que hilvana con tal sabiduría y fluidez cada plano, cada secuencia con otra que nos da la impresión de ver toda la trama con nuestra propia mirada. Y he ahí su grandeza: nada chirría, todo es natural pero sorprendentemente elegante. Nada que ver, por ejemplo, con esos malabarismos de otro grande como Orson Welles, genial ególatra que siempre aspiraba al “no va más”, como ese plano-secuencia de “Sed de mal”, el más largo y alabado de la historia del cine.


Volviendo a “La piel suave”, cabría cuestionarse si este escritor con ínfulas de pensador sesudo no constituiría en realidad la excusa de Truffaut para regalarnos una fábula feminista: de dos formas diferentes Lacheney sufrirá el desprecio y humillación por parte de las dos mujeres, los otros vértices que cierran este triángulo. Y esto en Truffaut me encanta: ellas en sus películas no son floreros; pueden resultar encantadoras y tiernas o tener la mala leche y complejidad adecuadas cuando se hace oportuno. Indudablemente este gran cineasta no nos vende las milongas de un ñoño, engreído, desfasado y “marujil” Antonio Gala - ¿se nota que me cae mal?- que martiriza a la esposa de por vida cuando le pone la cornamenta a su cónyuge. Habría que mencionar que este film representa la tormenta después de la calma, a pesar de todo, en cuanto a intensidad dramática, ya que con su anterior película, “Jules et Jim”, el director nos regala un triángulo amoroso verdaderamente pasional y descarnado, muy sincero y nada acomplejado. Considero personalmente que no cabe discusión sobre la calidad de cualquier peli de este cineasta francés, admirador confeso de A. Hitchcock, aunque infinitamente más vehemente y menos reprimido.

viernes, 6 de agosto de 2010

Las lagunas de la democracia




“Entre les murs” (“La clase” en España) es una película dirigida por el laureado director francés Laurent Cantet – Palma de Oro en Cannes 2008- que combina con mucha fortuna lo narrativo con el género documental. Narra las vivencias peliagudas en un instituto supuestamente conflictivo de un distrito poco recomendable de París. La historia parte de la visión del profesor y tutor de uno de los cursos del centro con alumnos de entre 14 y 15 años. El actor que interpreta al personaje principal, el Sr. François Marin, es también el autor de la novela en que se basa el film, todo un inspirado François Bégaudeau.
Resulta curioso que nos intenten hacer creer que este liceo está poblado por alumnos demasiado bestias, cuando todos ellos se levantan enseguida al son de la entrada de otro profesor en la clase o cuando vemos que algunos de ellos acaban inmediatamente en el despacho del director por el simple hecho de tutear en un momento dado al Sr. Marin.



Los días en el centro transcurren con la exasperación de los educadores en ocasiones, y otras veces con las luchas con unos alumnos que muestran sin vergüenza su ignorancia y en la mayor parte de los casos, su escaso deseo de aprender – sin contar las disputas entre un alumnado multirracial-.
Marin enseña lengua, pero también da lecciones de ética: intenta que sus discentes olviden prejuicios, que se respeten y que se relacionen mediante el ejercicio de una serie de valores incuestionables.
Sin embargo en estas peleas diarias, Marin no conseguirá siempre mantener un ánimo templado, y llegará un día en que insulte en una discusión que lo tambaleará todo, a dos alumnas, tildándolas de “golfas”. Él mismo traicionará los valores que transmite y no sólo eso, también pondrá patas arriba su vida y la de un alumno africano, Souleymane, que tras la pelea se levantará en un arrebato para defender a sus compañeras golpeando sin intención a otra.


Esto conducirá a un consejo disciplinario enfocado a una posible expulsión, que sólo dará lugar a dos opciones:

1.Que Marin reconozca su culpa como origen de todo y salve a Souleymane de que su padre lo envíe de regreso a Mali.
2.Que Marin se calle y conserve su puesto el próximo curso pero no su buena conciencia.

El último día de clase y en su labor de tutor, François Marin preguntará a algunos de sus alumnos qué es lo más importante que han aprendido a lo largo del curso – la mayoría responderá con desgana para largarse del aula ante el inminente verano-. Sólo una chica de mirada triste, tímida y dubitativa se acercará al tutor para decirle que no ha aprendido nada –ante el estupor de Marin- y que no quiere seguir estudiando. Ése será el interrogante final que aluda a un sistema educativo herido de muerte, quién sabe si por las erráticas leyes educativas, por los problemas acontecidos o por la influencia de una sociedad que ya no valora la educación como un valor en sí mismo.