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viernes, 27 de agosto de 2010
El amor del aburrimiento
Conozco a una persona que en una ocasión me dijo que entre cada
relación o enamoramiento más o menos sólido, siempre se fijaba en alguien de una forma bastante banal por aquello de tener en quien pensar en momentos de estrés o desánimo. Probablemente éste sea el marco ideal para contextualizar la historia del protagonista de la tercera película de François Truffaut, “La piel suave”.
Pierre Lachenay es un escritor y conferenciante exitoso, casado y con una hija, que se sentirá atraído en uno de sus viajes por Europa por una azafata, Nicole – Françoise Dòrleac, la hermana de Catherine Deneuve fallecida prematuramente a los veinticinco años-. La historia entre ambos no resulta en ningún momento una pasión hirviente. Esto no es “Casablanca”. Tampoco “In the mood for love”…ni se pretende. Intuyo que Truffaut quiso mostrar que un relato aparentemente soso podía cobrar grandes dosis de profundidad e inducción a la reflexión en las manos adecuadas.
Pienso que lo innegable de este gran cineasta francés, es que hilvana con tal sabiduría y fluidez cada plano, cada secuencia con otra que nos da la impresión de ver toda la trama con nuestra propia mirada. Y he ahí su grandeza: nada chirría, todo es natural pero sorprendentemente elegante. Nada que ver, por ejemplo, con esos malabarismos de otro grande como Orson Welles, genial ególatra que siempre aspiraba al “no va más”, como ese plano-secuencia de “Sed de mal”, el más largo y alabado de la historia del cine.
Volviendo a “La piel suave”, cabría cuestionarse si este escritor con ínfulas de pensador sesudo no constituiría en realidad la excusa de Truffaut para regalarnos una fábula feminista: de dos formas diferentes Lacheney sufrirá el desprecio y humillación por parte de las dos mujeres, los otros vértices que cierran este triángulo. Y esto en Truffaut me encanta: ellas en sus películas no son floreros; pueden resultar encantadoras y tiernas o tener la mala leche y complejidad adecuadas cuando se hace oportuno. Indudablemente este gran cineasta no nos vende las milongas de un ñoño, engreído, desfasado y “marujil” Antonio Gala - ¿se nota que me cae mal?- que martiriza a la esposa de por vida cuando le pone la cornamenta a su cónyuge. Habría que mencionar que este film representa la tormenta después de la calma, a pesar de todo, en cuanto a intensidad dramática, ya que con su anterior película, “Jules et Jim”, el director nos regala un triángulo amoroso verdaderamente pasional y descarnado, muy sincero y nada acomplejado. Considero personalmente que no cabe discusión sobre la calidad de cualquier peli de este cineasta francés, admirador confeso de A. Hitchcock, aunque infinitamente más vehemente y menos reprimido.
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