En 1974, Luchino Visconti filmó su penúltima película, considerada claramente testamentaria por la mayor parte de su público. Por aquel entonces ya estaba bastante enfermo –moriría en 1976- y probablemente por este motivo se rodó sólo y exclusivamente en interiores, lo que facilitó su movimiento ante una salud visiblemente mermada.
“Gruppo di famiglia in un interno” –en España, “Confidencias”- cuenta la historia de un profesor universitario norteamericano y jubilado que parece disfrutar de su soledad escogida en un palacio romano. Ésta sólo se verá interrumpida cuando la Marquesa de Brumonti y su peculiar familia se empeñen hasta límites extremos en alquilar el piso superior del inmueble, a pesar de la inicial reticencia del personaje de Burt Lancaster –de nuevo veremos los recurrentes temas viscontianos: la aristocracia que se traiciona a sí misma o que rompe con sus normas rancias aunque manteniendo, eso sí, las apariencias de cara al exterior-.
Silvana Mangano interpreta a la insolente marquesa que comanda este grupo junto a su singular gigoló, Konrad –Helmut Berger nunca volvería a estar así de guapo ni bordaría una actuación de igual modo-, y junto a su hija Lietta y el novio de ésta, Stefano. Sin embargo, el profesor/Lancaster es el único personaje innominado de todo el film, aún ejerciendo de introductor a la trama, de hilo conductor entre los diferentes roles y de sabio observador. No resulta descabellado entender que el profesor es el propio Visconti: el hombre desencantado con las nuevas generaciones, el intelectual refinado y amante del arte, el individuo vencido que en parte sólo espera la muerte…pero también el romántico torpe que sin confesarlo, parece enamorarse de Konrad. Y ésa es otra: Helmut Berger hace el papel de Konrad, pero Konrad es a su vez Berger, el joven con ambiciones venidas a menos que no consigue acabar sus estudios de arte por verse inmerso en las revueltas del 68’, el ser arruinado por sus impulsos –el juego, el dinero fácil, los trajes caros y demás vicios menos confesables-; representa a su vez al hombre que deja entrever su atracción por el profesor –el hipotético amante, padre y mentor intelectual-.(No sé si hace falta aclarar que Visconti y Berger fueron pareja durante los doce últimos años de vida del primero). Quizás se entienda como una coincidencia o una forma de no mostrar este paralelismo tan obvio, el hecho de que el director milanés se hubiese referido al libro “Mario Praz: scene di conversazione” donde se habla del “infierno del romanticismo (…) del decadentismo”.
(Spoiler).
Pero la presencia de este grupo no le saldría nada barata al profesor: pronto llegarían los problemas con unas inesperadas reformas que de poco acaban con el palacio, música muy alta a horas intempestivas, la presencia de unos matones y posteriormente de la policía, y una monumental pelea entre la marquesa y su gigoló con consecuencias terribles cuando ésta rechace su propuesta de matrimonio. Sucederá entonces en una cena, que Lancaster revelará su verdad, haciendo entender a sus inquilinos que de todos los posibles imaginables, ellos habían sido sin duda alguna los peores, pero también los únicos capaces de despertarle de su letargo, porque como comentaba, habitualmente leía a un escritor que representó su muerte en una novela como esa figura invisible que mediante un ruido sordo caminaba en su busca por el piso de arriba.
Trágicamente la película finaliza con la muerte de Konrad -¿suicidio o asesinato?- y con el profesor destrozado por el drama y convaleciente en su cama…mientras el espectador puede percibir el sonido de unos pasos provenientes del piso de arriba que ya había sido abandonado por tan especial familia…
Desgraciadamente la tragedia de Helmut Berger no terminó en 1976. Hace poco apareció en los medios que el gobierno italiano le había concedido una pensión de 200 euros que le empuja a vivir en la miseria, a quien en su momento todo lo tuvo y todo lo perdió, tal vez por ser un Konrad de carne y hueso.
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