En 1969 Luchino Visconti inició lo que dentro de su filmografía se ha conocido como su etapa alemana. Está constituída por una trilogía que comienza con la presente “La caída de los dioses”, prosigue con “Muerte en Venecia”(1971) y finaliza ni más ni menos que con la biografía de casi cinco horas de duración del controvertido rey Luis ll de Baviera (“Ludwig”, 1972). Muchos críticos le achacan cierto declive en su poderío visual en algunas de sus últimas películas, otros en su momento lo acusaron de derrochador y caprichoso en sus grandes producciones…Sin embargo creo que rascando un poco en la superficie de estos reproches, podemos encontrar, a mi juicio, todo lo contrario.
Obviamente la paleta de colores de la fotografía cambia con respecto a filmes como “El Gatopardo”, lo que no implica menos calidad, tornándose ésta más fría y seca –a excepción de la escena de la matanza, más cálida quizás por transcurrir en parte en un burdel-. A veces contemplamos haces de luces cuya procedencia parece inexplicable, y que obedecen solamente a una finalidad estética, dando lugar también a sombras cuasi expresionistas.
En “La caída de los dioses” hallamos una mezcolanza de dos elementos fundamentales:
1.La recreación de lo que históricamente se ha conocido indistintamente como “La noche de los cuchillos largos”, “La noche de los cristales rotos” o la “Operación colibrí” (durante este hecho, el partido nacionalsocialista alemán llevó a cabo una purga, entre algunos, de la SA, para conseguir el poder absoluto en la Alemania nazi).
2.Una curiosa adaptación del "Macbeth" más alocado.
(Spoiler).
Ya lo decía uno de los guionistas, Nicola Badalucco, que el film se divide a modo de ópera verdiana en tres actos: la cena inicial en la que el cabeza de familia, el anciano tío Joachim, pretende delegar el poder de su empresa siderúrgica en otro pariente afín al nacionalsocialismo alemán; el nudo, donde se produce la antedicha purga y que representa la noche de los cuchillos largos – momento en el que podemos encontrar todo un rosario de soldados que tras una orgía y borrachera terminan maquillados y ataviados con ropa de mujer, y otros desnudos para ser salvajemente aniquilados posteriormente -; y finalmente, la dramática caída de los dioses, es decir, lo que por entonces quedaba de la familia Von Essenbeck.
Interesante resulta esta vez el papel de Helmut Berger, que se inicia prácticamente como un secundario que va ascendiendo progresivamente hasta erigirse como el rol principal, acongojando a esa madre que pretende arrebatarle lo que es suyo a través de su matrimonio con su interesada pareja -Dirk Bogarde-. De nuevo Berger no deja indiferente, sobre todo porque su Martin Von Essenbeck se muestra como el inolvidable heredero de una acería que toca todos los palos: canta en una aparentemente cándida representación familiar la mítica “Quiero un hombre de verdad” travestido de Marlene Dietrich, actúa como pedófilo con una niña judía y viola a su propia progenitora, encarnando sin duda alguna esa locura característica de la esencia del nazismo.(Fin de spoiler).
Presente seguiría estando en Visconti su conciencia política, ayudando en ocasiones de cara a los productores, a algunos de sus actores, tal y como relataba Umberto Orsini. Según él, el director italiano llegó a simular que rodaba escenas no pactadas en el contrato de éste para lograr que le pagasen más de lo estipulado –Orsini trabajaba habitualmente como intérprete de teatro y aquí realizaba un papel secundario-.
No cabe duda de que “La caída de los dioses” encierra todos los ingredientes para que a día de hoy fuese imposible de rodar, como la secuencia en que Berger, que en aquel momento contaba con 25 años, besaba muy suave y sutilmente a una niña de cinco. Tal vez esta etapa de la Historia del Cine fue, para algunas cosas, mucho más afortunada que la presente.
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