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domingo, 1 de julio de 2012

Ni Penélope ni Ulises


En 1957 Luchino Visconti estrenó “Noches Blancas”, película basada en una novela de Fedor Dostoievski. Durante un tiempo había permanecido este director sin realizar ninguna incursión cinematográfica, en parte por la crisis económica que sufría el cine italiano y en parte también porque Visconti era poco dado a emprender films de encargo, puesto que también se dedicaba a la dirección teatral y operística. En su época y debido a que entonces la filmografía de este milanés parecía poco definida, se consideró a la presente obra como menor.

La trama cuenta la historia de un oficinista, Mario (Marcello Mastroianni) que recala en una ciudad innominada y desconocida para él por motivos de trabajo. Allí conocerá a Natalia (María Schell), una joven ingenua y soñadora con la que pasará cuatro noches plenas de acontecimientos. Poco a poco, ella, que vive junto a su abuela en la pensión que poseen, le explicará que acude todos los días desde hace un año a ese lugar a la espera de un antiguo inquilino (Jean Marais) con el que tuvo una breve relación, un inquilino al que apenas conoce, con el que casi no hubo nada carnalmente hablando, del que no sabe su paradero, un inquilino que le pidió que lo esperase con la promesa de que volvería a por ella…. Y esas escenas de confidencias se unen mediante magistrales panorámicas perfectamente hilvanadas con los flashblacks que aluden a su narración.

Desde el punto de vista técnico, uno de los elementos más loables de este filme se halla en su fotografía enormemente intimista. Ésta cobra su mayor esplendor en las escenas más álgidas de la historia, a las que Visconti se encargaría de dotar de un ambiente de ensueño a través de una nebulosa que generó colgando enormes e imperceptibles lienzos de tul blanco sobre los edificios desvencijados de las calles, las mismas que reprodujo en los estudios Cinecittá de Roma pretendiendo recrear la pequeña localidad de Livorno.



(Spoiler)Y ese clima de ensueño no se antoja casual, porque el propio personaje de Mastroianni que se va enamorando de Natalia, se despierta a veces sin poder distinguir si lo que ha vivido la noche anterior es una locura, sueño o realidad que se le escapa. En cualquier caso él pretende convencerla a ella de la estupidez que entraña su espera, de lo absurdo de su actitud. Y sí, Mario, aunque por pocas horas consigue que Natalia se olvide del inquilino y acepte su amor, y Natalia le pide paciencia para aprender a amarlo…Sólo hasta que casi al amanecer y paseando ambos entre la nieve ella ve a lo lejos una figura que se recorta mientras corre y grita “!Es él, es él!”. Así Mario derrotado se aleja asumiendo lo cierto del relato de su amiga (fin de spoiler).


Aquel año “Noches blancas” tuvo que conformarse con el León de Plata del Festival de Venecia. En cualquier caso, y pasadas décadas desde ese 1957, no queda sino reconocer que el arte de Luchino Visconti fue especialmente insólito, puesto que no tuvo más maestros que su misma vida ni más discípulos que sus propios espectadores.

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