No hace falta que seamos expertos en cine fordiano para contemplar cómo ‘Las uvas de la ira’ (1940), basada en la novela de John Steinbeck, puede remitirnos al momento histórico y socioeconómico actual, aunque en su origen apuntase a la gran depresión estadounidense del siglo pasado.
A través del uso de espectaculares planos y elocuentes encuadres, Ford nos narra la experiencia de Tom Joad, un joven Henry Fonda que acaba de salir de la cárcel y se topa en su vuelta a casa con una tierra yerma y desolada que otrora ocupara la granja de sus padres. Lo mismo ocurre en el resto de la comarca: las malas cosechas y la avaricia de los bancos han arrasado con todo. La nueva tierra prometida de Tom y su familia se sitúa ahora en California, de igual manera que la nuestra podría hallarse, en ciertos casos, en otros países europeos. De este modo y por cercanía a sus porqués y formas de proceder, ‘Las uvas de la ira’ guarda una inevitable complicidad con los tiempos presentes.
Así los Joad buscan incesantemente a lo largo del metraje un empleo. Pero uno de verdad, uno con el que poder mantenerse, con el que llenar el estómago y la dignidad, uno mediante el que volver a confiar en los capataces, tal y como hoy en día se hace necesario reedificar la confianza en las instituciones o los poderes públicos.
Y en este film la sensatez la
encarna especialmente la madre del
protagonista, ésa que mira, calla y analiza; la matriarca plena de
sabiduría que mantiene unido al clan en su itinerante y desesperante rastreo,
la que lanza al final un parlamento sólo digno de un personaje honesto y lúcido
como el suyo: “Nunca más volveré a tener
miedo. Lo tuve. Durante un tiempo pensé que estábamos vencidos. Parecía que no
teníamos nada en el mundo más que enemigos. Como si ya nadie fuera amable. Me
sentí mal y asustada. Como si estuviéramos perdidos y a nadie le importara (…).
Los ricos llegan y mueren, y sus hijos no saben qué hacer y se extinguen. Pero
nosotros seguiremos llegando. Somos la gente que vive. No pueden derrotarnos.
Duraremos siempre porque somos el pueblo”.
Queda la certeza, eso sí, de que
la gran depresión en EE.UU. tuvo un inicio y un fin. Y también queda la certeza
de que John Ford, el autor de las míticas ‘El hombre tranquilo’ o ‘Centauros
del desierto’, como todo gran cineasta, realizó películas universales y
atemporales.