Se supone que todo el mundo ha visto ‘Casablanca', como tantos otros clásicos del cine estilo a ‘Cantando bajo la lluvia’ o ‘Doctor Zhivago’. Pero tal vez esto sea demasiado suponer. Tal vez como Sofía Mazagatos con los libros de Vargas Llosa, muchos “no han tenido la oportunidad”. Y eso que se pierden, porque ‘Casablanca’ no es sólo un compendio de frases inolvidables tipo ‘Siempre nos quedará París’, ‘Tócala otra vez, Sam’ o ‘El mundo se derrumba mientras nosotros nos enamoramos’, a veces incluso forma parte de la columna vertebral de nuestro imaginario cinematográfico. Porque Rick Blaine (Humphrey Bogart) pasó a erigirse en un icono sexy para nosotras, e Ilsa (Ingrid Bergman) se grabó a fuego en la memoria masculina como la pavisosa chica lánguida por excelencia.
Este film como lo entendemos hoy se rodó casi por casualidad, como pasan las mejores cosas en la vida. Todo en él resulta mítico, igual que el hecho de que se anticipase la presencia de Blaine mediante el humo de su cigarro, ese sello inconfundible que también lo fue del propio Bogart. Y qué decir a este respecto sobre la frontera tan difusa entre actor y personaje, ya que no sabemos dónde comienza el uno y acaba el otro, de la misma manera que el resto de esos roles de cuño tan romántico y de tan hondo honor y sentido del deber.
Y así sin pretenderlo, mediante esta película se cuajó
uno de los más sólidos prototipos de amor desgraciado pero digno. O dicho de
otro modo, un amor para el recuerdo…o para toda la vida.