‘¡Eh, pelirroja¡’ dice continuamente Dexter –Cary Grant- a su joven exmujer, Tracy –K. Hepburn- en un tono cómplice.
La pelirroja lleva pantalones en una época en la que la falda resulta lo más 'apropiado' para las mujeres. La pelirroja necesita hallarse a sí misma para encontrar la felicidad. La pelirroja debe sublimar su rebeldía porque ‘mira a un hombre como un toro a punto de embestir’ (*). La pelirroja es Katharine Hepburn y ésta es a su vez Tracy Samantha Lord, y Lord es ‘Historias de Filadelfia’.
No por casualidad el origen de esta comedia tiene forma de obra de teatro: la producción se sufragó en parte con dinero de la actriz y su autor, Philip Barry, la escribió pensando en ella.
George Cukor se encargó de llevarla a la gran pantalla y de convertirla en una de las más excelsas comedias de enredo, aunque este término esté hoy muy devaluado.
La trama comienza cuando Dexter, exmarido de Tracy, hace un pacto con el periódico amarillista ‘Spy’. Ellos tienen unas fotografías comprometedoras del padre de la protagonista con una bailarina y el personaje de Cary Grant se presta a cambio a facilitarles un reportaje de la nueva boda de su exmujer, muy reacia a este tipo de cotilleos. Así el rol de Grant acude, tras dos años de ausencia, a la casa familiar de los señores Lord con dos periodistas –uno de ellos James Stewart- que se hacen pasar por amigos de la familia.
Los equívocos están servidos y también los reajustes de las situaciones que necesitan encontrar su verdadero lugar.
Se trata de un ejemplo de las historias mínimas y sin embargo interesantes de la clase alta estadounidense. Un acercamiento, una invasión a la vida doméstica de quien pudiendo convertirse en carne de cañón de los tabloides sensacionalistas no lo desea así. Y quizá durante casi dos horas los espectadores nos transformamos en los lectores potenciales de esa prensa rosa. Una prensa rosa en este caso deliciosa y con algunas de las más inolvidables, soberbias y divertidas escenas de la Historia del Cine.
(*) El padre de Katharine Hepburn solía decir a sus hijas: ‘Todas vosotras, chicas de Nueva Inglaterra, miráis a un hombre como un toro a punto de embestir. Sois muy sinceras y abiertas, pero creo que espantáis a los chicos’.