No por casualidad ‘Senso’ -1954- de Luchino Visconti comienza con una escenificación de ‘Il trovatore’ en La Fenice en la que se canta ‘Contigo he de morir. ¡A las armas¡’. Como sucede en otras películas de su filmografía como ‘El gatopardo’ -1963- aquí se combinan Historia, música, alusiones pictóricas y decadencia.
En plena guerra entre el imperio austrohúngaro e Italia, la condesa Livia Serpieri conoce al soldado austríaco Franz Mahler. Pronto se convierten en amantes que pasean por una Venecia crepuscular que ya anuncia, mediante esa fotografía gris y tormentosa, la tragedia inminente. Como crepusculares fueron también los paseos de Gustav von Aschenbach por esta ciudad en ‘Muerte en Venecia’ -1971-, aunque con distintas connotaciones.
Se escribieron hasta tres guiones para este film basado en un relato de Carlo Boito. Según lo estipulado el rodaje debía durar tres meses, pero como ocurría a menudo con este realizador, se prolongó hasta el triple de ese tiempo.
En la trama la condesa Serpieri –Alida Valli- muestra un amor vehemente e ingenuo por el mencionado soldado –Farley Granger-, mucho más joven que ella, retorcido y movido únicamente por el interés económico.
‘Senso’ no resultó premiada en 1954 en el Festival de Venecia, ya que buena parte de la crítica la entendió como un clásico melodrama amoroso sin tener en cuenta su complejidad ni las interesantes referencias culturales y estéticas que contenía.
(Spoiler) En el último tramo del filme observamos la decepción devastadora de Livia que descubre al auténtico Franz cuando lo abandona todo –incluso a su marido- para buscarlo: entonces se topa con un hombre bebedor y esperpéntico que no oculta su verdadera condición, la de quien vive de mujeres como ella y del juego, un hombre que se hace entonces real lejos de cualquier fantasía romántica, el mismo que poco tiempo atrás y en un destello de sinceridad le había susurrado a su compañera ‘No merezco que me quieras. En realidad nadie debería quererme’.
Esta obra entraña un fiel reflejo de los constantes valores absolutos de Visconti, las fuerzas de una pasión que ya se evidenciaban en él mismo porque ‘su energía era casi excesiva’, tal y como señalaba su guionista Suso Cecchi d’Amico, y además ‘en sus períodos de actividad tomaba un café tras otro. Lo preparaba él mismo con infinito cuidado; las dosis eran tales, que la primera vez que Franco Mannino lo bebió con él no durmió en una semana. (…) Se entregaba por entero sin economizar sus fuerzas, era generoso en todo’(*) recordaba su hermana Uberta.
Y de la misma forma que este director resultaba desmedido tanto en lo positivo como en lo negativo, el propio personaje de la condesa Serpieri pasa en esta historia del amor entregado a la decepción, y del ultraje padecido a la venganza. Quizás el culmen del drama se condensa en la secuencia final de Livia corriendo entre la oscuridad y la sordidez de las calles de ese país en guerra, mezclándose con militares borrachos y prostitutas, y despeinada y desgarrada cuando ya no puede revertir esa venganza fatal hacia su amante (fin de spoiler).
Estamos sin duda ante una película muy interesante, con reminiscencias operísticas y que da buena cuenta de una pasión agotadora... como agotador debió de suponer, a pesar de todo, ser Luchino Visconti.
(*)SCHIFANO, L. Luchino Visconti: el fuego de la pasión.
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