'Paulina' (Santiago Mitre, 2015) cuenta la historia de una prometedora abogada (Dolores Fonzi) que hace un punto de inflexión en su carrera para dar clases en una zona rural. Allí sufre una violación y todas las decisiones que toma respecto a su violador (no denunciarlo, desear conocerlo o tener al hijo que espera de él) entrañarán dolorosos desafíos en su círculo, que pretende llevarla a su terreno y 'normalizar' las consecuencias del delito.
Pero cambiemos (sólo) un poco de tema y vayamos más atrás en el tiempo. En 1949, Simone de Beauvoir escribió 'El segundo sexo'. Intuyo que hasta lograr aparecer en la mayoría de sus retratos con ojos chispeantes y relajados, debió comerse lo suyo, Porque escribir un alegato sobre la libertad de la mujer se entendió entonces, en algunos sectores, como un puñal en la espalda hacia la sacrosanta institución familiar. Porque arrojar luz sobre el status quo femenino, acto generoso sin duda hacia hombres y mujeres, puede suponer a nivel social o individual una herida abierta, no real sino subjetiva, contra la que hay que luchar: si no estás conmigo, estás contra mí.
Y la involución de este mal llamado mundo moderno la encarna Paulina también. No termina de encontrar un entorno que asuma al otro como adulto en sus decisiones. Por ello el final de 'Paulina' resulta un principio abierto: ella no claudica y aparece caminando en un plano sostenido por un sendero extenso y agreste. Como Simone de Beauvoir a la larga: sin culpa ni freno. Y tan chispeante.