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martes, 14 de junio de 2016

La paz de Simone de Beauvoir




'Paulina' (Santiago Mitre, 2015) cuenta la historia de una prometedora abogada (Dolores Fonzi) que hace un punto de inflexión en su carrera para dar clases en una zona rural. Allí sufre una violación y todas las decisiones que toma respecto a su violador (no denunciarlo, desear conocerlo o tener al hijo que espera de él) entrañarán dolorosos desafíos en su círculo, que pretende llevarla a su terreno y 'normalizar' las consecuencias del delito.

Pero cambiemos (sólo) un poco de tema y vayamos más atrás en el tiempo. En 1949, Simone de Beauvoir escribió 'El segundo sexo'. Intuyo que hasta lograr aparecer en la mayoría de sus retratos con ojos chispeantes y relajados, debió comerse lo suyo, Porque escribir un alegato sobre la libertad de la mujer se entendió entonces, en algunos sectores, como un puñal en la espalda hacia la sacrosanta institución familiar. Porque arrojar luz sobre el status quo femenino, acto generoso sin duda hacia hombres y mujeres, puede suponer a nivel social o individual una herida abierta, no real sino subjetiva, contra la que hay que luchar: si no estás conmigo, estás contra mí.




Y la involución de este mal llamado mundo moderno la encarna Paulina también. No termina de encontrar un entorno que asuma al otro como adulto en sus decisiones. Por ello el final de 'Paulina' resulta un principio abierto: ella no claudica y aparece caminando en un plano sostenido por un sendero extenso y agreste. Como Simone de Beauvoir a la larga: sin culpa ni freno. Y tan chispeante.





viernes, 13 de mayo de 2016

Pose de perfecto



Verano, mentira y lujo...'El hombre perfecto' (Yann Gozlan) tiene demasiado de 'Plein Soleil' (1960). No tiene a Alain Delon pero sí a Pierre Niney, guapo en su perfil anguloso, en clarooscuro y a la luz del sol. Por algo interpretó hace poco la vida de Yves Saint Laurent.

Mathieu es un escritor común, quizás mediocre, que no llega a lo que tiene en mente. Trabaja de lo que puede hasta que un día roba un manuscrito que hace pasar por suyo. Y de repente cosecha éxito, dinero, prestigio y amor hasta verse inmerso en una existencia que no le pertenece. No debe haber nada más angustiante que vivir una mentira, porque una lleva a la otra tejiendo un drama tenso como pilares de un edificio enclenque. No debe haber nada que consuma más que ser otro sin aspiraciones de remediarlo. Difícilmente habrá algo más frustrante que fingir habilidades con las que no se cuenta como si eso ayudase a salir del paso. 

Yann Gozlan reencuadra continuamente al rol principal en espejos que aluden a la doble vida. 








Pero 'El hombre perfecto' remite más de la cuenta al film de Clément en la estética, la intriga y las tensiones de la historia. Sin embargo, esta película muestra algo muy pulido e icónico que resulta atemporal. Porque h
ay temas tan antiguos y arraigados que con un poco de elegancia, mano izquierda y buenas referencias dan con facilidad buenos resultados.

lunes, 1 de febrero de 2016

Vivir viviendo



"Vivir" (1952) de Akira Kurosawa es una película que empieza con un final que supone a su vez un principio, el cáncer irreversible de su protagonista, Kanji Watanabe.

Tan honda y honorable como todas las historias de su director, este film trata sobre el sentido de la vida de un gris funcionario que ha pasado demasiado tiempo haciendo nada. Pero el revulsivo que lleva a Watanabe a querer vivir de verdad, no está solo en su apremiante muerte, sino en el descubrimiento de que su hijo y nuera pretenden engañarlo para apropiarse de sus ahorros.

Así durante todo el metraje este hombre singular peregrina con suerte desigual de la mano de distintos acompañantes buscando. Y busca hasta que empieza a estrechar amistad con una chica en cuya inocencia y vitalidad reconoce, no ya a alguien que pueda revestir interés sexual necesariamente, sino  un espejo de algo que él alberga dentro de sí y que ha quedado sepultado por el paso de los años.

Llegados a este punto la existencia de Kanji recobra la pasión: hay muchas cosas por hacer. Ya no resulta tan leve y simple como antes, pero parece menos ficticia. Una vida que se transforma en puente a lo verdadero de esta persona pura que es pura porque no tiene memoria.





Paradójicamente Watanabe fallece como un ser que se siente vivo, lo que desencadena la escena del velatorio en la que sus allegados lo despellejan porque no comprenden el porqué de su cambio. 

Creo que la maestría de esta fábula radica en su sinceridad, de ahí su grandeza. Una grandeza que no sería tal sin su actor principal, Takasi Shimura, uno de los intérpretes fetiche de Akira Kurosawa.

("Vivir" en Días de Cine).